Al principio fue para protegernos de la lluvia, del calor y del frío. Después se construyó para dar seguridad y protegernos del otro. Y al final buscamos en ella la intimidad, el ámbito privado. La casa es la parcela mínima de nuestras vidas, donde somos dueños del espacio y lo compartimos con quienes queremos.
La arquitectura doméstica forma parte de nosotros mismos, y de nuestra memoria. Recordamos aquella casa donde nacimos o donde jugábamos cuando éramos niños, el espacio que nos hacía felices. Tenía los muros gruesos pintados con cal, una amplia entrada y azulejos en la parte baja de las paredes. Los techos de viguetas y revoltones, apoyados en una gran viga de madera en el centro de la casa. Las habitaciones hacia la calle, el comedor en medio (sin ventanas), y la cocina y el aseo mirando al corral. Allí ocurría todo, lo íntimo, lo nuestro.
Hoy ya no vivimos en esa casa. Ha quedado abandonada o ya no existe, sería incómodo vivir allí. Nuestros pueblos han crecido con otros tipos de vivienda, bloques de pisos, adosados y urbanizaciones. Si podemos elegir no queremos la casa antigua, es costosa y poco práctica, pero nos encanta ver al vecino que sí la conserva.
Es difícil encontrar esas familias cuyas distintas generaciones continúan viviendo en una casa, siempre la misma. En los núcleos históricos de nuestros pueblos, la arquitectura doméstica suele ser transformada o sustituida. Durante el siglo XX se construyeron edificios de 4 o 5 alturas junto a viviendas tradicionales, o casas unifamiliares de 2 pisos con la planta baja diáfana, para los coches. Ahora, con los Plan Generales, existen catálogos que valoran el nivel de protección de las viviendas históricas; puede que éstas mantengan su fachada o la imiten, en el caso de que sean sustituidas por una nueva.
Desde hace unos años quizá hayamos cambiado nuestro punto de vista, y queramos conservar esas casas. Atendemos a distintas razones, bien nos gusta mantener esa manera de habitar o de vivir en ella, bien queremos aprovecharla como recurso económico, para no comprar una nueva; la otra razón es que nos gusta ver al vecino que la conserva.